No lo digo yo, lo dice
Arturo Pérez–Reverte.
Y ¿por qué es una mierda este país? Pues lo explica muy bien en su
artículo del pasado domingo en El Semanal: este país es una mierda porque un
indio (son sus propias palabras) se permitió el lujo de llamarle a él y a
Javier Marías “cabrones” por pensar que, llevando corbata como llevaban, eran del
PP.
Capital de España. Dos señores académicos con chaqueta y corbata, cargados con libros, hablando de sus cosas. Del pretérito pluscuamperfecto, por ejemplo. En ese momento pasamos junto a dos individuos con cara de indios que esperan el autobús. Inmigrantes hispanoamericanos. Uno de ellos, clavado a Evo Morales, tiene en las manos un vaso de plástico, y yo apostaría el brazo incorrupto de don Ramón Menéndez Pidal a que lo que hay dentro no es agua. En ésas, cuando pasamos a su altura, el apache del vaso, con talante agresivo y muy mala leche, nos grita: «¡Abajo el Pepé!… ¡Abajo el Pepé!». Y cuando, estupefactos, nos volvemos a mirarlo, añade, casi escupiendo: «¡Cabrones!».
A Arturo
Pérez–Reverte lo que le pide el cuerpo, como es natural en un habitante de este
país de mierda, es “tirarle un viaje”, pero se lo piensa (la edad hace maravillas: incluso puede llegar a domesticar las
subidones de
testosterona habituales en los machos ibéricos –no digo que Reverte lo sea, eh– que por aquí habitan):
Me paro instintivamente. No doy crédito. «¡Pepé, cabrones!», repite el indio guaraní, o de donde sea, con odio indescriptible. Durante tres segundos observo su cara desencajada, considerando la posibilidad de dejar las bolsas en el suelo y tirarle un viaje. Compréndanme: viejos reflejos de otros tiempos. Pero el sentido común y los años terminan por hacerte asquerosamente razonable. Tengo cincuenta y siete tacos de almanaque, concluyo, voy vestido con traje y corbata y llevo zapatos con suela lisa de material. Mis posibilidades callejeras frente a un sioux de menos de cuarenta son relativas, a no ser que yo madrugue mucho o Caballo Loco vaya muy mamado. Sin contar posibles navajas, que alguno es dado a ello.
Como no podía ser de otra forma y dado que, mal que le pese tal vez, Arturo
Pérez–Reverte es natural de este
país de mierda, las costumbres y tradiciones pesan más que la cultura adquirida. Lo lógico en estos casos es echar la culpa al gobierno:
Quién va a respetar nada en esta España de mierda, me digo. Cualquier analfabeto que llegue y vea el panorama, que oiga a los políticos arrojarse basura unos a otros, que observe la facilidad con la que aquí se calumnia, se apalea, se atizan rencores sociales e históricos, tiene a la fuerza que contagiarse del ambiente. Del discurso bárbaro y elemental que sustituye a todo razonamiento inteligente. De la demagogia infame, la ruindad, el oportunismo y la mala índole de la vil gentuza que nos gobierna y nos envenena.
Por mi parte sólo diré que a mí este país no me parece que sea una mierda (al menos no más de lo que puedan
serlo otros); ni siquiera un país de locos, como reza el título de este blog. Eso sí, podría comprender perfectamente que pensara así una persona que no tiene otro sitio donde refugiarse que debajo de unos cartones. A alguien así no me quedaría más remedio que darle la razón.