Las conmemoraciones históricas -milenarios, centenarios, etcétera- destapan la caja de los tópicos y amenazan con anegarnos, impulsadas por el conformismo de la costumbre y las lecciones parvulares, mantenidas en el inconsciente colectivo con tenacidad de lapas. El famoso 2 de Mayo, con heroísmos de cartel y consignas de monumento en piedra, es una fecha propicia para dejar sueltos los demonios del patriotismo más rastrero y del nacionalismo más exaltado de pancarta y paredón. (...)
(...) Entre los diversos grupos que se enfrentaron en aquella conflagración nacional, tan admirablemente analizados y clasificados por el profesor Artola, no todo fue lucha entre gabachos indeseables y castizos angelicales. Hubo unos cuantos españoles, perseguidos y demonizados, que no veían en los franceses napoleónicos a sus enemigos naturales, sino a los representantes de una herencia valiosa de liberación y racionalidad, que venía directamente de la Revolución Francesa y propiciaba el cultivo de la libertad y la modernización del país. Eran los afrancesados, las mentes más lúcidas y más cultivadas, que por eso mismo recibían el odio de los poderes fácticos -la aristocracia terrateniente y la Iglesia católica-, que veían en ellos los liquidadores de sus privilegios históricos, como había ocurrido en el antecedente francés.
En los levantamientos populares contra el invasor, tuvieron mucha participación los púlpitos, que excitaban las conciencias de sus feligreses para considerar a los franceses como enviados por el demonio a colonizar la católica España, camuflando así sus intereses como el interés general. Incluso corrió de mano en mano un catecismo, en forma de preguntas y respuestas, en el que, imitando los textos de las sacristías, podían leerse cosas como éstas: "¿Quién eres tú, niño? Español, por la gracia de Dios. ¿Qué son los franceses? Antiguos cristianos convertidos en herejes". Se mezclaba así religión y política y se llegaba a jugar frívolamente con el misterio dogmático de la Santísima Trinidad, como en el siguiente diálogo de ese catecismo: "¿Qué es el emperador de los franceses? Es un malvado, la fuente de todos los males, de todos los vicios. ¿Cuántas naturalezas tiene? Dos, la naturaleza humana y la diabólica". "¿Cuántos emperadores de los franceses hay? Uno verdadero en tres personas engañosas. ¿Cómo se llaman? Napoleón, Murat y Godoy. ¿Cuál es el peor? Los tres son iguales. ¿De quién procede Napoleón? Del pecado. ¿Y Murat? De Napoleón. ¿Y Godoy? De la fornicación de los otros dos. ¿Es pecado matar un francés? No, padre, matando a uno de esos perros herejes se gana el cielo".
(...) Los verdaderos héroes de aquella batalla, sin menoscabo de los heroísmos individuales del pueblo, fueron los afrancesados, divididos entre sus ideas liberales y su rechazo de la invasión napoleónica, digamos, entre su pensamiento y su corazón, si es posible aceptar esta separación, por aquello que decía Unamuno de siente la cabeza y piensa el corazón.
Que se lo digan a Goya, que tuvo que sufrir el exilio y encontrar la muerte en Burdeos, muy lejos de España, como consecuencia de la persecución de sus ideas por el rey Fernando VII, heredero de la España castiza, que endiosó la guerra de la Independencia, sacralizándola y colocándola en el altar de sus devociones, que no de la libertad.
(...)
viernes, 9 de mayo de 2008
¿De la Independencia o de la Libertad?
Me ha parecido interesante la tribuna que ayer publicaba el escritor salmantino LUCIANO G. EGIDO en EL PAÍS titulada ¿De la Independencia o de la Libertad?. He extractado algunos párrafos de ella.
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